Transcurría el año 2047. La Tierra se había convertido en una
sola nación. Un gobierno mundial llevaba las riendas de éste,
nuestro
planeta. Un planeta donde el mestizaje, la fusión de razas y
culturas había llegado a su cénit. Un planeta donde lo importante ya
no era sólo manejar dinero, amasar fortunas, sino la información.
Pero ambas cosas formaban parte del poder y los poderosos ambicionaban
las dos.
Se diría que la una sin la otra no podían existir.
El hambre no se había erradicado, las injusticias sociales
eran más patentes que nunca. Se diría que el progreso consistía en
tecnología, pero sólo en eso, porque los seres humanos no eran más
civilizados que
sus antepasados, si por civilización entendemos,
sensibilidad,
cultura, ética. Todavía existían los señores de la guerra y
los ciudadanos estaban más controlados. Todo, absolutamente
todo, estaba informatizado. Si alguien, no cualquiera, quería saber algo
de otra
persona sólo tenía que acceder a la base de datos. No
existía la intimidad y la libertad era sólo un derecho escrito en un
papel. La
gente marchaba por las calles como manadas de animales sin
fijarse mucho en los demás y sin hacerse demasiadas preguntas.
Podían ir a su trabajo, a su casa o a cualquier otro sitio, pero todo lo
hacían por inercia, como robots.
El gobierno mundial ha impulsado mucho la carrera espacial y
algunos satélites como la Luna, habían sido colonizados. Allí se
hacían toda clase de actividades. Por un lado, servía para realizar investigaciones de corte científico y por otro el resto de
la gente que allí vivía, a parte del personal que se dedicaba a las
anteriores
labores, realizaban la misma vida que se podía hacer en la
Tierra:
trabajaban en plantas industriales, granjas, en el sector
servicios...
Todo
era prácticamente igual que en la metrópolis y cada
cierto tiempo, cuando disponían de unos días de vacaciones, podían
satisfacer la nostalgia y la más absoluta soledad que en ellos producía
contemplar el globo terrestre desde el espacio, a miles y
miles de kilómetros, de su verdadero hogar. Porque en el fondo eran
eso, colonos, extranjeros en una tierra inhóspita y ajena a
ellos. Nadie había venido allí por placer, sino impulsados por diversos
motivos,
ninguno de ellos agradable.
Una parte de la población que habitaba el satélite eran los denominados ciudadanos X. Se les llamaba así porque a
alguien se le
ocurrió que esta denominación era la adecuada al comparar la
situación de éstos, con la resolución de un problema de álgebra, donde
había una incógnita que despejar y hallar una solución relacionada con
la idea
de identidad. Eran sujetos, traídos expresamente de la
Tierra para reinsertarlos o integrarlos en la sociedad.
Algunos habían cometido delitos contra la ley, habían
robado, matado o simplemente no seguían algunas de las normas que el sistema
del gobierno mundial imponía. Éstos últimos eran los presos
políticos, y en otro grupo se encontraban aquellos que no habían cometido
ningún delito, pero que tenían diagnosticada alguna enfermedad mental,
eran
los que vulgarmente se les llamaba locos.
Los X normalmente trabajaban según sus aptitudes y su
situación, pero la mayoría era destinada a hacerlo en plantas industriales.
La policía, tanto la política como la otra y los militares,
también cumplían su misión. Vigilaban muy de cerca todos los pasos
de los ciudadanos X. En realidad no se entendía muy bien como
grupos con situaciones distintas: asesinos y rateros disidentes y
enfermos, podía entrar dentro de un mismo conjunto, pero las cosas eran así y
de ese
modo había que actuar. Era la ley.
En una de esas plantas industriales trabajaba Violeta, tenía diagnosticada una enfermedad mental. La jornada constaba de
siete horas ininterrumpidas, con un descanso de veinte minutos.
Aquella mañana tenía cita con su psiquiatra. Éste era un joven
médico que acababa de llegar de La Tierra. Violeta no le conocía, iba a
ser su primer encuentro con él. Era lo que se decía normalmente un
novato, pero con una cierta sensibilidad y algo displicente con las
normas.
Podría decirse que él mismo esta rozando el límite del tipo
X como otros tantos que eran aceptados como "normales" o "satisfactorios", según la jerga del sistema establecido.
Capítulo I
Violeta estaba citada a las diez y permanecía sentada en la
sala de
espera. Enseguida la hizo pasar.
-¡Hola! ¿Qué tal? Me llamo Hiro Yamamoto. Siéntese o mejor
te tuteo, veo que eres bastante joven...Ah! Sí. Tienes deicinueve
años, lo dice tu historial. Lo he leído. Por lo que aquí dice entiendo que
tuviste una depresión con un cuadro paranoide.¿No es cierto?
-Sí. Es cierto.
-También dice que te has recuperado satisfactoriamente pero
que no es
conveniente darte aún el alta. Bien ¿Y tú que opinas? ¿Cómo
te encuentras?
-Bien-.Respondió Violeta.- Pero no comprendo por qué tengo
que continuar en este lugar. Como usted ha dicho ya me he
recuperado.
Quiero volver a La Tierra y continuar mi vida.
-Verás,
eso sucederá, pero no quiero arriesgarme a que puedas sufrir una
recaída. Esperaremos un cierto tiempo. Bien ¿Qué haces a
lo largo del día? ¿Cómo es tu vida?¿Qué tal en el trabajo?
-Por la mañana voy a la planta y trabajo. Luego voy a la
casa y estudio, oigo música. Trato de hacer cosas que me gustan.
-¿No tienes amigos?
-Sí. Pero no tengo mucho contacto con ellos.
-¿Por qué?
-Últimamente estoy algo retraída.
-¿Y a qué se debe?
-No lo se. Me apetece estar sola, conmigo misma. Además
ellos también tienen sus ocupaciones.
-Entiendo. Bien, creo que es suficiente por hoy. Encantado
de conocerte. Ya se te avisará para la próxima cita. Hasta
luego,
Violeta.
-Adiós, doctor Yamamoto.
Cuando Violeta se fue, Hiro se quedó pensativo,
reflexionando sobre aquélla que había sido su primera paciente en aquel paraje
que parecía un lugar de destierro, una tierra de Nod, a pesar de toda la
publicidad que se le hacía para que la gente fuera allí a
establecerse y se presentara como un paraíso, como una Nueva América,
llena de oportunidades. Estuvo analizando y llegó a la conclusión de
que Violeta estaba un poco triste en el fondo, pero no era
patológico y algo dentro de él deseba averiguar que era lo que le
producía esa
melancolía. Dejó de pensar y pasó a repasar el historial de
otro paciente y como quitándole importancia se dijo: "Todos
estamos tristes alguna vez. No existe un estado de felicidad
permanente".
Capítulo II
En uno de los restaurantes, uno de tantos que se encontraban
en la colonia, se hallaba sentado en la barra, uno de los policías
destinados para vigilar a los ciudadanos X. Su nombre era
Philippe Doyle, había nacido en San Franciso y se había educado en la
calle.
Había desempeñado multitud de oficios, desde camarero,
agente de seguros, detective privado...hasta ingresar en el cuerpo de
policía.
Era un hombre sin ambiciones y no trabajaba por vocación.
Hacía las cosas porque había que hacerlas y no le daba más vueltas.
Simplemente cumplía. Si había decidido entrar en el cuerpo, se debía a
la
seguridad que ese trabajo le proporcionaba. Y nada más. Era
un gran bohemio, bebedor de bourbon y un escéptico. No creía en
nada, sólo en sí mismo. Era duro y no se dejaba amedrentar. Se llevaba
bien con sus
compañeros y todos sabían que era un buen profesional. A
pesar de todo, como el resto de los mortales, era vulnerable, pero
quizás
deseaba esconder esa parte de él que casi nadie conocía.
Aquel día estaba de descanso y permanecía abstraído,
comiendo, cuando llegó uno de sus colegas, aunque él no consideraba colegas a
los de la policía política, los despreciaba.
-¡Eh! Philippe¿Qué haces?¿Vas a ir al pub esta noche? Han
llegado chicas nuevas.
-No lo se. Estoy algo cansado, quizás vaya ¿Qué tal por el
Mar de la Tranquilidad?
-Pues verás, no muy tranquilo. Parece que hay un rumor, algo
les pasa
a esos hijos de perra.
-¿Problemas con los de tu sección?
- Verás, no es mi sección, los X disidentes no son los
únicos que buscan gresca, los tuyos también están alterados y los
otros...Esos ya, ni hablar. Hay rumores de huelga en la planta en la que
trabaja ese imbécil de Charles. ¿Sabes? Me he enterado que está
repartiendo panfletos subversivos. Y lo más gracioso es que los demás no
sólo los leen, sino que se están organizando para parar la
producción.
-¿Y cómo es que os habéis enterado ahora, cuando ya parece
que la cosa no tien remedio?
-Son listos, los condenados. Pero van a pagar. Te aseguro
que como hagan la huelga la cosa se va a poner muy fea.
-Tendrá que entrar el ejército.
-Y vosotros también.
Creo que van en serio. Son casi un millar ¡Imagínate la que se puede organizar!
-¿Por qué quieren la huelga?- Preguntó Philippe.
-¿Que por qué? ¿Eres tonto? No quieren trabajar. Quieren
irse a sus
casas. Bueno, es más complicado, quieren una revolución.
De pronto a Philippe aquélla palabra le zumbó en los oídos,
era como si se hubiese quedado paralizado y como si se repitiera
igual que un eco sordo. "Revolución". Pensó. Le sonaba de algo,
quizás la había oído en la calle, o en un bar, o en una película muy antigua
o en algún libro de Historia. "Revolución". No lo
comprendía.
-Sí, Philippe.- Continuó hablando en policía político.-
Quieren una revolución. ¡Pero qué chalados están! Tenemos un gobierno,
tenemos
nuestros derechos, libertad, igual de oportunidades,
progreso, bienestar; quieren tirarlo todo por la borda.¿Sabes a quién
han
sacado?
-No.¿A quién?
- A Marx. Y no sólo a él, sino a Bakunin, Proudhon, Rousseau
y a un montón de gente que no conozco ni me interesa conocer. Tengo
aquí uno de los panfletos, afortunadamente tenemos agentes infiltrados. Toma,
léelo y te enterarás de toda esta bazofia.
-¿Para cuando se prepara?-Preguntó Philippe.
- No estamos seguros, pero será pronto. Bueno te dejo, como
verás yo hoy no tengo el día libre. Que te diviertas esta
noche.¡Hasta luego!
-Adiós.- Respondió Philippe.
Capítulo III
Violeta se encontraba en casa de Charles. Eran amigos, uno
de sus mejores amigos. Ella estaba al tanto de todo y había
colaborado
haciendo los panfletos. Aquélla noche había sido convocada
una reunión secreta. Estarían presentes aquéllos que había sido elegidos
libre y democráticamente por todos los trabajadores de cada sección
de la
planta. La tristeza que Hiro, su psiquiatra había detectado,
tenía un buen motivo: estaba preocupada y algo melancólica por todo
lo que iba a ocurrir. En realidad, tendría que estar animada, contenta
y en el
fondo lo estaba por lo que se estaba haciendo, pero se
entristecía cuando veía el estado en que estaba todo, cómo se violaban
los derechos más primarios del hombre, la falta de humanidad en
la política. En la política de alto rango, no en la que ellos
hacían, pues en verdad ni siquiera podía llamarse así, pues esa
palabra había
estado y estaba tan vilipendiada durante tanto tiempo que
había perdido su sentido original, cuando los griegos la inventaron
y los políticos eran los ciudadanos libres, de la polis, que se
reunían en el ágora para discutir y resolver los problemas que se
planteaban. Más que políticos, eran filósofos, de hecho para Platón sólo el
sabio, el filósofo, era el que puede ser un buen gobernante y éste es
sabio porque reúne unas virtudes y por desgracia, por norma,
pensaba Violeta, casi todos los políticos que conocía carecían de
ellas, por
no decir todos.
Todas estas cosas pasaban por la cabeza de Violeta, pero no
tenía miedo, sólo un cierto nerviosismo por lo que iba a ocurrir.
Y conforme iban llegando sus compañeros, la tristeza desaparecía y la
alegría y el entusiasmo iban creciendo dentro de ella.
Allí estaban: Tristán, un joven profesor de filosofía que
había sido deportado a la colonia por sus ideas políticas, Ricardo, un
hombre maduro que había sido mercenario pagado por el gobierno para
dirigir
maniobras militares en diversos lugares del planeta y que
por haberse negado en una ocasión a participar en una misión, había
caído en desgracia y ahora ya no era considerado como un valioso
guerrero sino
como un asesino a secas, aunque quizás era eso lo que había
sido durante toda su vida. También estaban Leonardo, un joven
polifacético que tenía diagnosticada una psicosis y Hassan, un ladrón de
poca monta
y de gran corazón. "Bien, allí estaban todos. Ya podía
comenzar la reunión".- Pensó Violeta.
Se sentaron alrededor de una mesa que estaba en el salón de
la casa y Charles comenzó a hablar:
-Compañeros, el motivo que nos impulsa a estar aquí esta
noche se debe a que el tiempo, desgraciadamente, apremia. Uno de nuestros
agentes ha detectado una filtración: lo saben.
-Es normal que lo sepan, nos tienen vigilados día y noche.-
Respondió Tristán.
-¿Se sabe quién es?- Preguntó Hassan, preocupado.
-Sí. Pero él no lo sabe, ni ellos tampoco. Creen que somos
imbéciles.
-Nos están infravalorando.-Dijo Ricardo.- Yo soy mucho más
listo que
esos jodidos policías y sus jefes. Un mercenario es
peligroso, muy peligroso.
-Bueno, es cierto que no son muy inteligentes, pero tampoco
hay que descuidarse.
-Querida Violeta.- Dijo Tristán.- El dia en que encuentre a
uno de esos individuos que tenga un mínimo grado de esa cualidad,
lo
consideraré de nuestra causa, y no hablemos del contenido
que encierra la palabra inteligencia, no es inteligente una máquina que
tenga la capacidad de hacer toda clase de operaciones matemáticas, ni
que
encierre todo el saber de una enciclopedia sin ton ni son,
debe haber también sentimiento, un mínimo de sensibilidad y de
honestidad y de eso es de lo que más carecemos en este mundo.
-Es cierto, pero vayamos al grano.¿Qué tienes que decirnos,
Charles?-
Dijo Violeta.
-Tenemos que decidir el día que comenzaremos la huelga y si
podemos contar con todo el mundo. En la anterior reunión quedamos en
que todos informaríamos de la opinión del resto de los compañeros.
-En mi sección.-Dijo Ricardo.-Todos la apoyan.
-En la mía.- Respondió Hassan.- También.
E igualmente respondieron el resto de los miembros del
grupo.
Hassan levanto el brazo e hizo una pregunta.
-¿No sería mejor hacer antes un comunicado a los que no
saben nada de lo que pretendemos? Quizás podrían unirse a nosotros, Además la
negociación podría empezar antes de iniciarse la huelga.
-Hassan, no es por desilusionarte, pero creo que es ingenuo
pensar en algo así. Ten en cuenta que donde estamos sólo existen dos
clases de personas: nosotros y las fuerzas de seguridad..
-Sí. Pero.- Insistió Hassan.-¿Y los colonos que viven aquí y
no pertenecen a esos dos grupos que tú has dicho?
-Esa gente no querrá saber nada. Nuestra libertad depende exclusivamente de nosotros. No comparten nuestros problemas.
-Bueno.-Interrumpió Violeta.- Quizás sea algo ingenuo pensar
que se unan, pero nadie sabe lo que puede llegar a ocurrir. Hay
mucha represión y un gran descontento que no está controlado ni
archivado como síntoma de disidencia, pero que en un momento dado,
ignoramos la reacción que todo eso pueda provocar en esa gente gracias a
nuestra actuación.
-Bien.- Dijo Charles.- Rigiéndome por el calendario
terrestre, el día ocho de septiembre a las siete de la mañana, comenzará la
huelga. Así debéis decirlo al resto de los compañeros.
Que nuestros sueños y nuestra esperanza nos acompañen y nos
den el valor y la fuerza suficientes.
-¡Y la suerte!- Apostilló Ricardo.
-La suerte.-.Respondió Tristán.- La haces tú.
Capítulo IV
Cuando acabó la reunión, Violeta se marchó a su apartamento.
Los habitantes de la colonia no tenían ningún contacto con el
exterior. La atmósfera era irrespirable y vivían como si estuviesen
dentro de una burbuja aislante que les protegía y les proporcionaba todo
lo que necesitaban para poder vivir con normalidad. Se trataba de
que no echaran de menos La Tierra y disponían desde centros
comerciales,
cines, teatros y toda clase de lugares para poder pasar el
tiempo de ocio, hasta inmensos parques y mares artificiales.
Allí se trabajaba, pero también había lugar para la
diversión y el esparcimiento. "En La Luna se vive mejor", era una
de las frases
publicitarias
para animar a que viniesen colonos. Y en
realidad podría decirse que había más comodidades, pero nadie
absolutamente
nadie se creía el contenido de la frase. Todos deseaban volver: trabajar
duro unos cuantos años, hacer dinero rápido y retornar al planeta
para crearse un pequeño paraíso en aquel mundo que aunque ya un
tanto agónico, tenía mucho que prometer. El sueño de muchos antes
de llegar a dormirse era un paisaje verde, lleno de árboles con ríos,
lagos u océanos.
Violeta también soñaba con la Tierra y una de las imágenes
que solía tener antes de acostarse era la de un gran mar azul con
arena dorada sin más límites que el horizonte. Desde pequeña había oído
hablar de Australia, sus padres tenían amigos cuyos antepasados habían
emigrado en otro tiempo allí, cuando era tierra con sed de hombres
para poblarla y habitarla. Y había visto muchas fotografías e
imágenes del continente y había leído sobre él. Para ella, ese era su
paraíso.
Mientras caminaba por uno de los pasillos que le conducían a
su casa, miró el reloj y vio que no era tarde, teniendo en cuanta que
al día siguiente no tenía que trabajar y decidió entrar en uno de
los clubes.
En la entrada había un portero, Violeta se identificó.
-Aquí no podéis entrar los de tu clase.
-¿Qué decía.- Le preguntó secamente un hombre con aspecto
tosco.
-Que no puede entrar. Este lugar está reservado únicamente a
los colonos y al resto del personal, pero no a los X.
-¿Y si yo respondo por ella?
-Ah! Bueno por esta vez...Las cosas cambian, pero no crea
que puedo hacerlo. Los X tienen sus propios lugares.
El aspecto y la credencial de Philippe, fueron dos buenas
razones que motivaron al hombre que estaba contratado para controlar al
personal que salía y entraba por ese local.
-¿Y bien? ¿De veras quieres entrar?
-Ignoraba que este local fuese sólo para los que no están
catalogados como X.
-¿A que sitio sueles ir?
-Al Casablanca, pero esta noche al ver éste nuevo quise
conocerlo.
-Perdona, no me he presentado. Me llamo Philippe y como
sabes soy policía.
-Encantada, mi nombre es Violeta y trabajo en una cadena de
montaje, en la planta industrial que está al oeste del Mar de la
Tranquilidad.
Al escuchar Philippe ese nombre, recordó la conversación que
había
tenido ese mismo día con uno de los hombres de la policía
política sobre aquélla zona. Sabía lo de la huelga y supuso que
Violeta podía formar parte de la posible revuelta. Después de reflexionar
durante unos segundos, resolvió no comentar nada y charlar sobre
cualquier cosa y olvidar por un momento lo que era. Ni siquiera
intentó
investigar, teniendo delante de sus propias narices a uno de
los elementos rebeldes. La chica parecía inofensiva, pero no
dudaba de su entereza y de que podía ser, hasta dado el caso, implacable.
No había que infravalorarla, ni tampoco a sus compañeros.
Pasaron la noche de local en local charlando, hablando cada
uno de sus vidas y el motivo que les había hecho llegar allí. Y
quedaron para salir otra vez.
Cuando Violeta llegó a su casa pensó que se había divertido
mucho y estaba excitada, se sentía llena. Philippe le había dado sus
datos para poderlo localizar y Violeta había hecho lo mismo con
él. Para ser policía era una persona bastante sensible a pesar de su
caparazón y de su tosquedad que cubrían como apariencia una cierta
vulnerabilidad. Le
recordaba a Sigfrido, el guerrero que tenía todo su cuerpo
bañado por la sangre del dragón, la cual lo hacía invulnerable excepto
en una zona de la espalda al caer una hoja de tilo sobre ella. Le
parecía
como ese héroe de la mitología germana fuerte y débil a la
vez y esa mezcla le gustaba.
Capítulo V
Al día siguiente, después de desayunar, fue a ver a Charles
y le contó la experiencia que había tenido la noche anterior.
-Violeta, es increíble. Estamos a punto de hacer una huelga
y tú no tienes nada mejor que hacer que irte de copas con un
policía. De verdad, no me lo puedo creer.
-Charles, no hablamos de nada que nos pudiese comprometer.
Además parece una persona de confianza, yo diría que honrada.
-Sí. Y además dime que nos ayudaría dado el caso.
-Pues mira, no lo se, pero no es como los otros, demostró
tener
humanidad. No le gusta su trabajo y es sensible.
-Te has enamorado.
-Yo...Bueno, reconozco que me gusta hasta ahora, pero no me
he dejado
cegar. Él sabía seguro lo de la huelga, sin embargo no me
interrogó.
Estuvimos hablando de nosotros.
-Violeta, Violeta...
-No he hecho nada que perjudique a nuestra causa.
-Menos mal que ya ha pasado.- Suspiró profundamente
Charles.- En fin, confío en tu sensatez y en que ha sido un lapsus.
-Nos hemos intercambiado los datos personales. Puede que me
llame.
-Ya le verás cuando carguen contra nosotros.
-Charles, a veces eres muy cerrado. Sé que es policía
pero...
-Violeta se que no puedo prohibirte nada, pero se prudente.
Quizás sea verdad lo que dices, que sea un buen tipo, pero no olvides
nunca lo que es ni lo que eres tú.
-No se me olvida, Charles. y te voy a decir algo, todavía no
sabemos las dimensiones que la huelga puede llegar a tener. Recuerda
tú
también lo que eres y lo que son las demás personas. No se a
quien demonios se le ocurrió llamar a un sitio como éste, Mar de
la Tranquilidad.
-Seguro que fue alguien que supuso que la tranquilidad sólo
podía hallarse aquí, en un lugar desolado, en el que es imposible
vivir y que ignoraba sin duda el significado de esa palabra.
Capítulo VI
Faltaban cuarenta y ocho horas exactamente para comenzar a
parar la producción. Tristán, Charles y Violeta estaban citados en un restaurante japonés. El motivo por el que estaban allí, no
era su debilidad por el pescado crudo u otras delicias de la comida
japonesa.
Hassan por sorpresa y sin previo aviso había sido trasladado
de la planta de producción a trabajar en el "Fuji Yama",
un lugar
tradicionalmente
llevado por colonos donde podían entrar los
sujetos catalogados como X. Él era la única persona con esa denominación
trabajando en aquel lugar. Al parecer todo había ocurrido
muy deprisa,
hacía tres días le habían llamado los jefes para comunicarle
su traslado y le habían dado como motivo su buen comportamiento
y los grandes progresos que había hecho y su próximo retorno a la metrópolis. Todo esto había alarmado a Hassan que veía
razone mucho más profundas y ocultas en todo lo ocurrido.
Así que, con mucho cuidado, le encargó a Ricardo que se lo
comunicara al resto de los compañeros para que supieran la situación en
la que se encontraba.
Violeta, Tristán y Charles tomaron una mesa. Enseguida se
acercó Hassan nada más verles y al ponerles los cubiertos, dejó un
papel
esccrito, envuelto en una de las servilletas. No cruzaron ni
media palabra. La cosa parecía seria.
Charles tomó el papel y lo leyó, a penas eran más de cinco
líneas.
Luego se lo guardó dicretamente en el bolsillo y cuando se fue el camarero que vino a tomar nota del menú, les habló a Violeta
y a Tristán sobre el contenido de la nota que Hassan les había
entregado.
-Está muy asustado.- Dijo Charles.- Es una clara maniobra de
que quieren hundirnos. Lo que más nervioso le pone, es que sin
haberle
hablado
nadie claramente de nada, le trasladen a otro
puesto, le den una palmadita en el hombro y quieran quitarlo de en
medio, prometiéndole la vuelta, tan deseada por todos los que viven
aquí, a La Tierra.
-Esto está tomando un cariz que no me gusta. Al final van a
mandarnos a todos al planeta para evitar la revolución. No me parece
mala idea.-
Dijo Tristán con un cinismo lleno de ironía.- Me gusta: no
hagan la huelga, los mandamos a todos a La Tierra y les trataremos
como seres humanos. Se restablecerá la libertad de expresión y usted
podrá criticar todo lo que quiera y hablar de todos esos filósofos subversivos.
-Y las personas que tienen o han sufrido alguna enfermedad
de tipo mental, no serán discriminadas y se tratarán con respeto y
debidamente.- Continuó Violeta.
-Y se buscará otro tipo de soluciones, no ya para reinsertar
a los presos no polítcos en la sociedad, sino para crear una que
no actúe como caldo de cultivo que propicie actos delictivos.
-Sí.- Dijo Violeta.- Quieren acabar con nosotros antes de
que todo haya empezado. Se están dando prisa.
-Nosotros llegaremos primero.- Respondió Charles.
Y dicho esto, se dispusieron a disfrutar de una cena,
compuesta por platos virtuales: gambas que no eran gambas pero que tenían
su sabor, su aspecto, su textura y su aroma, algas que tampoco lo
eran, y así sucesivamente. Todo era comida de laboratorio, pero eso sí,
con mucha
imaginación y un gran sentido de la estética.
Capítulo VII
El día que ameneció era el ocho de septiembre de 2047 según
el calendario terrestre. Violeta se levantó a las seis de la
mañana para dirigirse a la planta. Era el día D. Se duchó, deseayunó y
se colocó el mono que utilizaba para ir a trabajar. A las siete menos
cuarto salió de su apartamento y comprobó que todo era normal en el
exterior.
Cuando llegó a su destino le chocó algo ver que todo estaba
como siempre, sin ningún matiz especial. Se identificó poniendo
la tarjeta en el controlador que había a la entrada y siguió el camino
de costumbre. Todos los trabajadores llevaba puesto el traje de
faena, pero no iba a hacerles falta, ese día no trabajarían.
Con la mirada buscó a Charles, Tristán, Ricardo y a
Leonardo. Habían quedado citados para organizarlo todo.
-Ah! Charles, estás aquí.- Dijo Violeta algo sobresaltada.-
No te encontraba.
-Has llegado con cinco minutos de adelanto. Habíamos quedado
a las siete en punto.
-Mi reloj marca las siete y cinco. Ha sido un fallo técnico.
-Bueno, allí vienen los demás.
-Hola, ¿Que tal?- Dijo Tristán saludando a sus compañeros.-
¿Todo está listo?
-
Sí.- Respondió Charles.- Ya sabéis, no hay que utilizar la
violencia para nada, en ningún caso. Nuestro modo de acción es pacífico
pero no pasivo. No nos ensuciaremos las manos. La producción se
parará dentro
de unos segundos cuando suene la sirena. Todo está bajo
control. Cada uno a su puesto. Conduciréis a los demás compañeros a la
entrada y allí nos encontraremos.
Y en ese momento sonó la sirena. Charles, Violeta, Tristán,
Ricardo y Leonardo se dirigieron a sus secciones y al cabo de veinte
minutos un hormiguero humano fue concentrándose en la entrada de la
planta.
Los capataces no habían sido advertidos por las fuerzas de
la seguridad de una posible huelga, así que no entendían qué
era lo que
estaba
pasando. Estaban tan absortos y todo ocurría tan
rápido que no fueron capaces de reaccionar. Uno de ellos se dirigió a
Violeta cuando la vio retirarse con los demás compañeros para
preguntarle
que
ocurría, pero no obtuvo respuesta. Sólo el silencio y el
aplomo de ella y del resto de sus compañeros.
Inmediatamente reaccionó y llamó a las fuerzas de seguridad.
Enseguida llegó un agente y le dijo que ignoraba lo que pasaba pero
que fuese lo que fuese ellos estaban allí y no había por qué preocuparse.
Capítulo VIII
En realidad nadie parecía saber nada, los agentes que
vigilaban la planta ignoraban qué hacer, eran meras marionetas dentro de
la jerarquía piramidal que gobernaba aquel satélite y por
supuesto la planta donde se había iniciado la huelga. Se limitaron a
aparentar una cierta calma y a intentar averiguar que era lo que estaba
pasando.
Había que ser tonto para no darse cuenta, pero la posibilidad
era tan inverosímil que a nadie se le había ocurrido planteársela.
Uno de ellos llamó al inspector jefe de la zona para
informarlo de lo ocurrido y para al mismo tiempo informarse él y poderlo
comunicar al resto de sus compañeros y a los responsables de la planta.
-¡Malditos hijos de puta! Lo han hecho y bien, muy bien.
Hasta conocían nuestros planes.
-Yo diría.- Respondió Ronaldo, uno de los jefes de la
policía política, el mismo que había estado hablando con Philippe
Doyle
aquella mañana en el restaurante.- Que nos la han jugado,
pero ¿Quién iba a saber el día exacto? La verdad es que han mentido como
cosacos.
Conocían a nuestro hombre.
-Deberíamos haber introducido a más agentes. Pero no hay por
qué alarmarse. Son una pandilla de inútiles. Además ¿Qué
pretenden? ¿Una revolución? Las revoluciones pasaron a la Historia. Ya
tenemos nuestra propia revolución y funciona bien.
-¿Qué hacemos?.- Preguntó su interlocutor.
-Reclute a varios de sus hombre y localice a algunos de sus
otros colegas, ya me entiende, de los que no pertenezcan a la
policía política. Sea prudente, no quiero nervios, ni balas sueltas
por el aire. Dialoge, esto podría levantar ampollas. Este lugar es
extraño y la gente que vive aquí no está para bromas, me refiero a los
colonos.
Es una situación muy comprometida. Ya sabe, ni una gota de
sangre.
Capítulo IX
Eran las ocho y media, hora terrestre y Violeta, Tristán,
Leonardo, Ricardo y Charles se encontraban en primera línea de la
concentración que se había producido a la entrada de la planta junto a sus compañeros.
Nadie hablaba, todo era silencio. Permanecían de pie
esperando a que alguien llegara y les dijera algo en el mejor de los casos o
lo intimidaran con otros medios menos sutiles y agradables.
Estaban preparados para todo y esperaban cualquier cosa pero sabían
lo hacían y no actuaban a la ligera. Aunque el factor sorpresa tampco
lo habían dejado a un lado.
Mientras tanto el sargento Ronaldo no hacía más quedar
órdenes reuniendo a un reducido número de hombres para hacer la cosa
más
discreta y se puso en contacto, como el inspector le había
dicho, con la otra policía. Como un relámpago le vino a la cabeza el
nombre de Philippe. Lo consideraba el hombre perfecto para actuar en
una
situación como aquélla.
Duro, impasible y dotado de un gran valor. Lo llamó.
-Philippe, soy yo, Enrique Ronaldo¿A qué no sabes lo que ha
pasado?
-No. Dímelo tú.
-La huelga. ha empezado esta mañana.He estado hablando con
el inspector y te necesito. A ti y a algunos de tus hombres.
¿Qué te pasa
? ¿No dices nada?
-Dime el lugar y la hora.
-De verdad que estás en La Luna, como se suele decir y
ciertamente estás en ella. Philippe,¿No te acuerdas de nuestra
conversación días atrás en el restaurante? La planta industrial del Mar de la
Tranquilidad. La huelga ha empezado esta mañana sin saberlo
nadie y todos los trabajadores están en la entrad concentrados. El
jefe me ha dicho que hay que estar templados y que no derramemos ni una
gota de sangre.
-Estaré allí con algunos hombres dentro de veinte minutos.
-Te espero.
Y Philippe colgó. Todo aquello le dejó como indolente y al
mismo tiempo con una sensación de desagrado por esa indolencia.
Parecía que estaba obligado a tener algunos sentimientos, bien de ira o
por el contrario de alegría, pero no poseía ninguno de los dos.
Sólo le venía a la memoria la imagen de aquélla chica que conoció,
"Violeta se
llamaba". Se decía él. "Tal vez esté allí". Y
eso le hizo estremecerse. Y por primera vez en su vida no pudo controlar
los nervios, él, el tipo duro e impasible.
Capítulo X
Eran las nueve de la mañana, según el horario terrestre por
el que se regían en la colonia, horario acorde con el de Londres, por
donde cruza el famosos meridiano y el silencio que imperaba en la
entrada de
la planta pareció difuminarse poco a poco entre los
murmullos que actuaban como un silbido de huracán cuando vieron como se
acercaban diez o nueve automóviles.
Todos reconocieron enseguida que eran coches de policía, los
cuales frenaron formando un círculo alrededor de la concentración.
De uno de ellos, el primero según el orden en que fueron llegando,
salió el sargento escoltado por varios hombres. Los demás permanecían
dentro de los automóviles alertas a la sucesión de los acontecimientos
y a las órdenes de su jefe. Philippe también salió para prestar
ayuda a Ronaldo y la primera impresión en su retina cuando miró
hacia la entrada de la planta fue la de inmensa masa de gente. No
veía individuos sino un conglomerado humano, pero esa impresión
desapareció cuando distinguió entre la multitud a aquélla chica que
había conocido y entonces ya no vio una masa sino personas únicas e
insustituibles con una identidad propia y eso hizo que algo se le removiera
en el estómago, era como una sensación de vértigo o de mareo.
Ciertamente no se encontraba muy bien.
El sargento Ronaldo provisto de un aparato para aumentar el
volumen de su voz comenzó a hablar a los obreros.
-Buenos días, me llamo Enrique Ronaldo y soy sargento de la
policía ¿Alguien puede darme una explicación de lo que significa
esto?
Charles que también estaba provisto de otro aparato sin
moverse de su sitio respondió al policía.
-Usted sabe lo que significa.- Dijo.- Y se calló.
Ronaldo se volvió a Philippe y farfulló en voz baja:"Ya
me están inflando las pelotas estos tipos. Pero no hay que perder el
control."
-¿Eres tú el jefe de todo esto?- Le preguntó nuevamente
Ronaldo intentando mantener la calma.
-Aquí no hay jefes.-Respondió Charles.
Ronaldo se volvió otra vez hacia Philippe: "Esto va a
acabar a tortas o estaremos hablando hasta mañana. Dialogaremos, al fin y al
cabo el jefe me ha dicho que tenga tacto. Aunque si fuera por mí yo
sabría
resolver todo esto de una manera más rápida y
contundente."
-Bien.- Habló nuevamente Ronaldo a los huelguistas.- Como no
tenéis jefes, me gustaría que alguien fuera el portavoz. Quiero
hablar, quiero que hablemos como gente civilizada.
-Puedes hablar a todos los que estamos aquí.-Dijo Charles.-
Y te contestaremos.
-Bueno, pues a todos los que estáis ahí.¿Por qué estáis
parados en la entrada de la planta en vez de estar dentro trabajando?
-Queremos justicia.- Respondió Violeta tomando el megáfono
que tenía Charles.- Esto es una huelga y vosotros lo sabéis.
-¿De qué justicia habláis?-Inquirió Ronaldo.
-De la que no existe.- Dijo Tristán con un tono de gravedad.
Ronaldo, visiblemente irritado, tomó el aparato.
-¿Podemos ir al grano de una vez?¡Ya está bien de tantos
rodeos!¡Decíd lo que queréis!
Philippe observó que Ronaldo estaba empezando a perder el
control y
eso podía resultar peligroso, a pesar de las indicaciones
que había recibido de su superior de mantener la calma. Desde luego,
pensó Philippe, era un hombre rudimentario y no muy sutil, lo cual
implicaba que quería entrar en acción lo antes posible, de ahí su
estado de irritación.
-Lo que queremos.-dijo Charles, tomando la palabra.- Es lo
imposible, lo que no existe en ninguna parte, por ahora,
"utopía"¿Sabe lo que significa esa palabra? Eso, precisamente.
Después
de aquello el silencio era tan denso como el hielo.
Los nervios de Ronaldo comenzaron a saltarle en las sienes Philippe se
quedó absorto y algo confuso. Fue él el que tomó el turno en
aquel
diálogo por primera vez.
-Creo entender algo, pero¿Podríais ser más explícitos?
-¿Más?.-Respondió Tristán.- "Utopía" es una
palabra que procede del griego y que se puede traducir por "ninguna parte"
o "ningún lugar". A lo largo de toda la Historia el hombre ha perseguido
ideales, ha creado sueños, teorías, pensamientos y ha buscado la Utopía,
un lugar amable con una sociedad y un sistema de gobierno justos. En
la
Historia de la Filosofía tenemos muchos ejemplos, desde
Platón hasta Rousseau o las ideologías anarquistas o las revoluciones
marxistas, por citar algunas. Todos ha perseguido el bienestar del
hombre, la paz, la igualdad, la libertad, la justicia. Todas han
tratado de hacer un mundo mejor del que tenemos, pero nunca se ha conseguido,
de ahí
las palabras de Charles,"Lo imposible", "Utopía". En ninguna parte.
-¿Y pretenden conseguirlo cuando nadie lo ha hecho?-
Preguntó Philippe.
-¿Y por qué no?.-Dijo Violeta.
-Sí es imposible...
-No existe nada imposible,-Respondió Tristán.- Ya hemos llegado
al límite, las cosas tienen que cambiar. Nosotros debemos
hacerlo. Debe
ser un cambio desde dentro hacia fuera. La gente lo
necesita, todos lo necesitamos, incluido usted.
-Creí que todo era política. Entendí que querían una
revolución.-Dijo Philippe.
-Y lo es.- Respondió Tristán.- Es una cuestión política,
ciudadana y humana. Por si no lo sabía, la política procede de otra
palabra griega: "polis", que significa ciudad y los
"políticos" eran un tiempo
remoto en Grecia todos los ciudadanos. Lea a Platón, se lo
recomiendo.
Él tiene toda una teoría sobre el tema.
-Déjame a mí, Philippe.- Dijo Ronaldo.- Yo se lo que quieren
y se lo voy a dar.
-Pero ¿Qué vas a hacer? Vas a empeorar las cosas, además no
tienes autorización.
Las intenciones de Ronaldo eran: primero, la de dar orden de
disolver la concentracción y en segundo lugar, cargar contra ellos si
oponían resistencia. Y fuee en ese justo momento, ante la sorpresa
de todos cuando los huelguistas comenzaron a caminar extendiéndose
como una alfombra deslizante hacia el centro de la ciudad artificial.
-¡Alto!.-Dijo el sargento.- He dicho: ¡Alto!.- E hizo un
disparo al aire.
-¿Es que estás loco? Vas a matar a alguien, además son mucha
gente y podía haberse producido una avalancha muy peligrosa para
todos.
Ronaldo un poco más calmado recuperó el poco sentido común
que tenía y se limitó a mirar el grupo rebelde. Luego miró a su
compañero.
-Bien, ya estoy tranquilo.Ya estoy templado, pero es que no
entiendo cómo vamos a para esto. ¿Los dejamos ir así por las buenas?
Me parece incompetencia por nuestra parte.
-No es incompentencia. Creo que no podemos hacer nada.
-¿Qué?- Dijo Ronaldo escandalizado.
-No llevan armas, no han utilizado la violencia, ni creo que
vayan a hacerlo. No podemos sino observar y esperar. Además... -Y
Philippe se quedó en suspenso sin terminar la frase.
-Además¿Qué?
-Nada. Sigámosles.
Capítulo XI
Habían transcurrido casi ocho horas desde que comenzó la
huelga. En este breve y a la vez largo lapso de tiempo, la
concentración se había conglomerado justo en el lugar más transitado y habitado de
la colonia. Era como una plaza rodeada de restaurantes, salas
de cine, clubes, complejos comerciales, lagos y jardines. Ellos
permanecían de pie, o bien sentados vencidos por el cansancio y daban hojas
de papel
donde expresaban libremente lo que querían y donde hacían
todo tipo de denuncias. Algunos colonos que caminaban por allí se
detenían con gran curiosidad y había otros que pasaban de largo, pero era
mayor el
número de los que prestaban atención a lo que allí sucedía.
Muchos sonreían al leer los textos y otros muchos hablaban con
ellos. Estaban despertando simpatía y eso alarmaba la inspèctor y
naturalmente a
Ronaldo que veía casi con miedo a Philippe hablar con el
enemigo, sobre todo cuando el enemigo, en este caso, era una mujer.
El sargento ignoraba que Violeta y él se conociesen, pero intuía algo,
aunque su
intuición fuese muy limitada.
De pronto, con un gran despliegue policial, llegó el
inspecto jefe de la zona. Había estado reunido con Ronaldo y algunos hombres
para intentar dar una solución al problema y habían acordado que
su presencia en el lugar de los hechos bajaría las defensas de
los
oponentes.
El gobernador de la colonia estaba al tanto de todo y había
insistido en utilizar como armas solamente el diálogo. Era de la misma
opinión que el inspector. Por otro lado había comunicado que la
huelga debía
quedarse en una simple anécdota, no sólo en el sentido
textual de la palabra, sino que no debería trascender más allá de las
fronteras del satélite, es decir, que nadie en La Tierra sabía ni debería
saber jamás nada más del asunto. Era un problema que se debía
resolver allí y en secreto. Aunque no era nada fácil, dada la situación.
-¿Y bien, Ronaldo?
-Señor, tengo un terrible dolor de cabeza. No veo la
solución. A no ser que ... Usted ya me entiende.
-Sí, le entiendo, pero no me sirve. Habíamos quedado en que
yo hablaría con ellos.
-Adelante.- Dijo Ronaldo con sarcasmo.- Verá lo que
consigue.
-¡Atención! ¡Atención! Les habla el inspector jefe de la
zona del Mar de la Tranquilidad, Boris Karamazov. El gobernador quiere
que negociemos.
Charles en ese momento tomó su aparato y se dirigió a él.
-¿Qué quieren negociar?.- Respondió Charles.
-La subida salarial y unas vacaciones más prolongada que les
permita volver transitoriamente a sus hogares. Más libertad. ¿No es
eso lo que quieren?
-No.- Respondió Charles.- No queremos eso.
-¿Qué es lo que quieren entonces?
-¿Ha leído nuestro comunicado?.- Dijo Charles.
-No me venga con esas.- Dijo el inspector.- Sabe que es
imposible.
En ese momento intervino Tristán.
-Nada es imposible, sólo los necios se conforman. Mire un
poco a su alrededor. ¿Cree que es imposible la libertad de expresión,
la paz, conseguir que todo el mundo tenga al menos cubiertas las
necesidades más primarias del ser humano? Es usted un pobre hombre, me
da pena.
Cree que todo está bien, no tiene sentido de la justicia.
Quizás si pasara hambre o sufriera alguna iniquidad cambiaría su forma
de pensar, pero lo tiene todo y no le importan los demás.
Karamazov agachó la cabeza y luego la móvió ligeramente de
un lado a otro. Había sido un golpe bajo, sobre todo tiendo en cuenta
el gran número de persnas que había en la plaza cuando fue humillado
por Tristán. Podía haberle dado un puñetazo, pero se contuvo y
permaneció callado. Transcurridos unos minutos, el inspector tomó de
nuevo la
palabra.
-Bien, pueden quedarse ahí sentados. Ya saben cual es la
oferta. Sólo puedo ofrecerles eso, si quieren otra cosa, es asunto suyo.
No tengo nada más que decir.
-No vamos a cambiar de parecer. Puede decírselo al
gobernador y eso sí creo que es asunto de ustedes.- Dijo Charles con algo de
ironía.
El inspector volvió la vista hacia Ronaldo y le indicó que permanecieran allí tal y como lo había hecho y que lo
llamara si ocurría alguna novedad. él, dijo, iba a hablar con el
gobernador.
Capítulo XII
Eran las seis de la madrugada cuando después de vaciar media
botella de coñac, el gobernador y Karamazov habían quedado rendidos
tras una larga conversación.
En la plaza donde estasban concentrados Violeta y todos sus
compañeros habían sucedido cosas. Ya no eran un millar de X los que se manifestaban y pedían lo imposible, sino que un numeroso
grupo de
colonos se habían unido a ellos y no cesaban de acudir gente
para curiosear y hablar. Dentro de poco, de seguir así, toda la
colonia los seguiría y todos estaban contentos, contagiados de una
alegria,
seguros de que algo pasaría, casi ciertos de que no iban a
poder hacer nada con ellos. Violeta se acordó de Hassan, él lo había
entrevisto, la revolución no era sólo de ellos, los problemas eran
comunes a todos
y a medida que pasaba el tiempo no era extraño ver como
inccluso hasta psiquiatras como Hiro o gente con otra profesión como
científicos se mostraban cómplices con la rebelión allí iniciada.
Philippe no había cesado de hablar con Violeta, Charles y
Tristán y cada vez estaba más convencido. Él fue el primer miembro de
las fuerzas de seguridad que se estaba, se había contagiado ya,
de la ilusión y los sueños por los que se luchaba y sin darse a penas cuenta.
Fue Violeta la que le hizo tomar conciencia de lo que estaba ocurrriendo dentro de él.
-Crees en nuestra causa.- Le dijo.
Él algo aturdido, la miró y movido por una irresistible
atracción la besó.
Luego, con voz dulce y grave le dijo:
-No sólo creo en vuestra causa sino que también creo que te
quiero.
Esta vez le besó Violeta y le dijo que ella sentía lo mismo
por él.
Mientras tanto Ronaldo estaba tomándose pastillas de todo
tipo y fumando como un descosido. Necesitaba calmarse. Afortudamene
no vio a Philippe, dejó de perderle la pista hacía tiempo, de no ser
así le hubiese cogido por el cuello, preso de un ataque de nervios.
En el despacho del gobernador no se había tomado ninguna
decisión.
Boris y él habían estado hablando y no llegaron a ninguna
conclusión satisfactoria. Ronaldo les había tenido informados y ya
enpezaban a notarse signos de angustia. Por un lado en el satélite había
demasiada gente ya implicada, el medio millar de colonos sin tener en
cuenta el millar inicial con el cual comenzó la huelga y
previsiblemente de
seguir así y él lo sabía el número se iba a incrementar aún
más. Por otro lado no podían hacer nada, la acción violenta le
causaba
desagrado y la vía del diálogo resultaba un fracaso. ¿Qué
hacer? Esa era la pregunta que se había estado haciendo todo el día.
Pensó que lo mejor sería dormir un poco y que descansando podría pensar
con más lucidez.
Capítulo XIII
Eran las doce de la mañana del nuevo día y dos millares y
medio de personas se mantenían concetrados en la plaza, aunque muchos
habían comenzado a moverse porque ya no cabían dentro de ella y se
habían colocado por algunas de las calles radiales trazadas a
partir del círculo que formaba.
Mientras tanto el gobernador seguía durmiendo. Un sirviente
le despertó.
Después de asearse y desayunar, meditó, estando debidamente
informado de todo, la decisión que había tomado. Luego ordenó que le
prepara un coche y se dirigió a la plaza de La Libertad que así era
como se llamaba el lugar donde se concentraban los rebeldes.
Cuando llegó, Ronaldo se extrañó de que viniera sin escolta.
Tomó un aparato para que su voz se hiciera audible a todos
los que allí estaban y habló de esta manera con un tono de
melancolía y
también de una extraña paz interior.
-Amigos, soy el gobernador y quiero hablaros. Mis colegas me
han informado y estoy al tanto de todo. Recuerdo cuando llegué
aquí. La colonia era aún joven y había poca gente que gobernar. Sólo
había
científicos y algunos ciudadanos que habían llegado de La
Tierra prara trabajar en algunas de las incipientes granjas que existían.
Nada era como lo es ahora. Hoy todo ha crecido y es como una pequeña
metrópolis. Tenemos casas, restaurantes, mares. Todo eso
estaba en construcción cuando yo llegué. El motivo por el cual me
encuentro aquí siempre lo he mantenido como un secreto vergonzoso que
guardar.
Yo también fue un reblede. Todos los que estamos aquí somos
como una especie de desterrados a este lugar maldito, donde fuera de
esta burbuja que nos protege, no existe vida y sin embargo
vivimos.
Todo parece perfecto y se nos anima a venir a la colonia,
pero nuestra madre es La Tierra y allí es donde todos desearíamos estar.
Yo también fui un rebelde he dicho antes y por eso estoy aquí expatriado.
La
historia no tiene importancia, eran motivos puramente
personales pero que me comprometían conmigo mismo. Era una cuestión de
ética. Me negué y aquí me tenéis, como tantos de vosotros, aunque yo no soy
un
ciudadano X, me siento también así.
Sí.
Disfruto de muchos privilegios, pero no dejo de ser un
esclavo. Os sorprende que yo, el gobernador hable así y que puedo
comprederos. Más debería sorprenderos y llenaros de alegría que me
permitáis
unirme a vuesta causa y que todos los que lo deseen, una vez cumplida
la misión de haceros escuchar aquí en el satélite, nos dirijamos a La
Tierra para dar a conocer nuestros propósitos.
Una vez termiando el discurso del gobernador los
manifestantes se deshicieron en una explosión de júbilo. Gritos, palmas, saltos,
todo era una expresión de la más absoluta euforia.
Charles, Violeta y Tristán junto con Leonardo y Ricardo no
cabían en sí de gozo y Philippe tenía un nudo en la garganta. Al menos
en La Luna habían triunfado, pues prácticamente todos los
ciudadanos de la
colonia estaban de su parte. Ahora su destino era La Tierra.
Definitivamente, contradiciendo unos de los anuncios
publicitarios, uno de tantos que existían para animar a la emigración, en
la Luna no se vive mejor.
Olalla Cervantes
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario